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El altillo


No saben cómo se encuentra en el altillo removiendo en la antigua pintura anquilosada. Hasta que la blancura devuelve su aguada y se vuelve amplia, voluminosa, pudiendo proyectar sobre ella la parquedad de la coloración andina. Entonces, la piedra devuelve su sacralidad a los legos y la hora se dobla.
Cómo se sale de la letra? ¿Hacia qué parajes?.
Si ella retiene todas las coyunturas y se arma justamente con la fuerza de la retención, hasta expulsar las amarras en sobresaltos y envistiendo desnudas bocacalles.
Piensan los actores.
¿Cómo se sale? ¿Por dónde?
Dicen

Armando esa pregunta como un disco que se lanza por fuera y por dentro del vocabulario, tal vez establezcamos la otra ruta inversa y múltiple.
Aclaran
La que se plantea desde la fase lunar hasta el repliegue de una convulsión y su internación inmediata.

Qué estadios comparecen
inquieren
Ninguno queda como excepción, pues si dejáramos uno afuera, el otro portal se abriría inmediatamente.

Adela entra a la habitación vestida de blanco, a la espera de que la luz llegue hasta sus zapatos dorándolos.
Zapatos de Magritte, incluso hasta los incrédulos mirarían su pié desnudo, el amanecer también despierta la vocación a la carne.
Sobre el vestido singular, la piel de los devotos de los tiempos antiguos, cerca del muro, las fotos dispersas eluden cualquier interpretación.
Ella entra a la habitación, la piel sellada. Es la ejecutante que deja todo atrás haciendo fluir los órganos y su continuo movimiento. La vibración de la madera es un sonido vital, para esos inermes que, a puerta cerrada, como después de una cirugía en la que se explora el cuerpo, remueven los órganos, bajando el pulso, y las arterias se atropellan la repartición de la sangre.
Esperan.
Están en esa sala para planificar una práctica ceremonial. Portan en su nombre genital una reseña histórica. Hay que ver a Adela desprenderse de su olor, que atrae a todos y los hace predicar errantes tópicos.
Ella requiere de toda atención, inserta en materiales humanos como son la curiosidad, la inquietud, cualquier exploración la deja desprovista de luz, inclinada a la noche y al irreprimible sello del deseo.
Por lo tanto la hora para las actuaciones la piensan con rigor.
Examinada con un instrumental exiguo: una pluma de cincel muy fino, un lápiz con tinta negra, un archivo. Muchas láminas de distinta textura.
Aunque no se haya acordado previamente, hay jerarquías entre los actores. Esto se refleja en la calidad del papel que se les otorga, siempre tan cambiante.
Es breve el espacio concedido a su desplazamiento.
Son ellos el montaje; ella, el único soporte.

Emplazamientos





Apagada apagada
pego una letra azul sobre
tu rostro
mojo tus labrios hablo
No
me dices

yo no he juntado aún la primera sílaba.



Mi primer cuerpo se abrió al deso
El segundo a su falta

Ahora, yo miro silenciosa la herida en que
esos dos cuerpos me dejaron

Ninguno de los dos ha cicatrizado
pero conozco la operación de la sutura.

El primer cuerpo es falla
y el segundo su trama.

Opero sobre la redención de la falla
de la falla


Los viejos hilvanos claman:
es un relato incierto

Extraña Permanencia





EL ALTILLO


No saben cómo se encuentra en el altillo removiendo en la antigua pintura anquilosada. Hasta que la blancura devuelve su aguada y se vuelve amplia, voluminosa, pudiendo proyectar sobre ella la parquedad de la coloración andina. Entonces, la piedra devuelve su sacralidad a los legos y la hora se dobla.
Cómo se sale de la letra? ¿Hacia qué parajes?.
Si ella retiene todas las coyunturas y se arma justamente con la fuerza de la retención, hasta expulsar las amarras en sobresaltos y envistiendo desnudas bocacalles.
Piensan los actores.
¿Cómo se sale? ¿Por dónde?
Dicen

Armando esa pregunta como un disco que se lanza por fuera y por dentro del vocabulario, tal vez establezcamos la otra ruta inversa y múltiple.
Aclaran
La que se plantea desde la fase lunar hasta el repliegue de una convulsión y su internación inmediata.

Qué estadios comparecen
inquieren
Ninguno queda como excepción, pues si dejáramos uno afuera, el otro portal se abriría inmediatamente.

Adela entra a la habitación vestida de blanco, a la espera de que la luz llegue hasta sus zapatos dorándolos.
Zapatos de Magritte, incluso hasta los incrédulos mirarían su pié desnudo, el amanecer también despierta la vocación a la carne.
Sobre el vestido singular, la piel de los devotos de los tiempos antiguos, cerca del muro, las fotos dispersas eluden cualquier interpretación.
Ella entra a la habitación, la piel sellada. Es la ejecutante que deja todo atrás haciendo fluir los órganos y su continuo movimiento. La vibración de la madera es un sonido vital, para esos inermes que, a puerta cerrada, como después de una cirugía en la que se explora el cuerpo, remueven los órganos, bajando el pulso, y las arterias se atropellan la repartición de la sangre.
Esperan.
Están en esa sala para planificar una práctica ceremonial. Portan en su nombre genital una reseña histórica. Hay que ver a Adela desprenderse de su olor, que atrae a todos y los hace predicar errantes tópicos.
Ella requiere de toda atención, inserta en materiales humanos como son la curiosidad, la inquietud, cualquier exploración la deja desprovista de luz, inclinada a la noche y al irreprimible sello del deseo.
Por lo tanto la hora para las actuaciones la piensan con rigor.
Examinada con un instrumental exiguo: una pluma de cincel muy fino, un lápiz con tinta negra, un archivo. Muchas láminas de distinta textura.
Aunque no se haya acordado previamente, hay jerarquías entre los actores. Esto se refleja en la calidad del papel que se les otorga, siempre tan cambiante.
Es breve el espacio concedido a su desplazamiento.
Son ellos el montaje; ella, el único soporte.